Desde mi adultez de 51 años que porto hoy se me dio por recordar esa primera vez en una tetera.
Eran años complicados para mostrarse como gay, y en mi caso particular sabía que no quería una relación como el “buen uso y las costumbres” mandaban para la cabeza de la población por el año 1981 (todavía con un gobierno al mando de los militares), es decir que ni en pedo quería tener novia. Pero para el standard gay de la época era un ejemplar raro porque si bien cargaba con 16 años y sentía ya desde los 10 años la necesidad de estar al lado de un hombre, por el simple hecho que a esa edad había probado el sabor de los labios de un hombre adulto y sabía que era eso lo que quería, porque a pesar de no llegar a mucho más me enamoré de ese hombre que era mi maestro. Siempre fui gordito, y me sentía un poco fuera de tono con todo lo que imaginaba que buscaba un hombre de otro hombre, es decir un cuerpo atlético, una cara sin redondeces, un ser sin panza, casi etéreo, casi perfecto, de lo cual estaba alejado. Qué equivocado estaba, la vida me lo demostró que yo también tengo mi lugar, pero esa es otra historia…
Por ese año tenía una tía que vivía en la costa, y como no existía todavía la estación de retiro, cuando venía a Buenos Aires se volvía por el expreso Río de la Plata que tenía su terminal en Once, y yo siempre la acompañaba.
Esa vez luego de despedirla tenía necesidad de orinar, con lo cual fui al primer piso donde estaba el baño. Este era un recinto en el cual había 4 mingitorios como en un cuartito al cual se accedía y pegados 3 compartimientos más con su respectivo retrete. Más allá de los mingitorios quedaba un lugar libre en el cual cabía un mingitorio más que nunca fue puesto, por lo cual el baño tenía una zona bien alejada de la puerta de entrada y oculta que hacía las delicias de todos los que estaban en los mingitorios mirando lo que sucedía allí entre dos o a veces más personas. Lo primero que llegaba cuando uno subía era el fuerte olor a acaroína con que siempre desinfectaban los baños, mezclado con un poco de olor a pis que hacía imaginar todos los hombres que por allí descargaron su necesidad primaria de eliminar líquidos. Me fui a los mingitorios porque había uno libre, quedando entre dos tipos. Me puse a mear normalmente, cuando de repente uno de ellos, pinta de hombre común, de esos que me atraían, con pancita y todo, hasta bigote, se retira para la zona más interna de las teteras mostrando una verga preciosa bien parada y dejando caer el pantalón para que el otro que tenía al lado mío, otro tipo común y para nada delgado, pero aspecto sumamente masculino, de esos que siempre me calentaron mal, viera su culito rollizo, hermoso, bien de gordito.
El otro se acercó y sin mediar palabra lo agarró por atrás y le enterró su hermosa pija que se notaba no daba más de ganas de comer esa colita perfecta. Yo con toda la inocencia de jamás haber visto imagen similar no podía creer lo que tenía ante mis ojos, y con mi verga a punto de explotar de placer, con toda mi calentura juvenil a flor de piel, y deseando ser yo el que sintiera el deleite de esa pija en mi culo, que jamás había podido sentir semejante goce.
El tipo bombeó hasta que comenzó a llenarle el culo de leche, y ahogó sus gritos de placer en simples suspiros fuertes que de haber salido con sonido hubiera sido un deleite. El otro tipo tenía la cara roja y llena de gusto, sonrisa en esos labios coronados por sus hermosos bigotes, y su pancita agitada del esfuerzo de haber soportado esa acabada, se saca la pija del otro de la cola, se sube el pantalón dejando su verga todavía parada afuera, se dan un beso y el “bombeador” se va.
El tipo vuelve a mi lado y yo estaba como en transe sin poder creer que mis ojos me habían dado semejante y hermosa visión de algo que sabía que no existía. El tipo me dijo… “nene, mostrame la pija” mientras se pajeaba. Se la muestro, ya que estaba a punto de estallar en un acabe impresionante, y con toda mi inocencia le pregunto… “¿Lo conocés al tipo ese? Qué bonitos son los dos!”. El tipo me mira extrañado por un segundo para contestarme… “¡No!” (Y seguir pajeándose con la visión de mi pija). Algo me llevó a no preguntar más y a empezar a estimularme. No tardó nada en acabar el tipo e irse, quedando yo solo en los mingitorios, y por supuesto no pude evitar masturbarme yo también hasta acabar, con todo el recuerdo de lo vivido en mi cabeza.
Desde ese día comencé a entrar con otros ojos en los baños, y comencé a descubrir que las estaciones de trenes, los locales de comida rápida, y las terminales de ómnibus, que en esa época eran varias, eran los lugares preferidos en los que sucedían estas historias de sexo express y al paso que por años disfruté…
Gustavo Argento
La entrada Siempre hay un inicio: Mi primera vez en una tetera aparece primero en Nosotros Y los Baños.